Madrid, otoño de 1936.
Un militar sublevado detenido, con otros muchos, en la cárcel Modelo, escribe a su esposa pidiéndole un jersey. Varsovia, otoño de 1939: un oficial polaco recibe de su mujer un jersey. Madrid, 6 de noviembre de 1936: el oficial escribe a su familia un breve mensaje en un sello de correos: van a ser trasladados a Valencia. Varsovia, primavera de 1940: los militares detenidos en Kozielsk, Starobielsk y Ostaszkow reciben confiados la noticia de su liberación. Madrid, 7 de noviembre de 1936: los prisioneros suben a bordo de varias docenas de autobuses urbanos, que los conducen a Paracuellos del Jarama, donde son fusilados al borde de fosas comunes. Las “sacas” continúan, en la cárcel Modelo, Porlier, San Antón y Ventas, hasta comienzos de diciembre. Marzo-mayo de 1940: los oficiales polacos son conducidos a Katyn, Charkow, Miednoje y otros lugares y asesinados de un tiro en la nuca. Madrid, primavera de 1939: las familias se enteran, casi tres años después, de los asesinatos. Polonia, 1943: las familias de los oficiales oyen hablar por primera vez de la masacre, tres años después. Madrid: la esposa del oficial saca el sable que había mantenido oculto durante toda la guerra. Varsovia, 1945: la viuda de un general recibe de manos de su criada el sable de su marido. El número de personas asesinadas identificadas (sin identificar hay muchas más) en Paracuellos es de unas 4.200, en el bosque de Katyn, 4.421. La primera cifra no es definitiva, la segunda, sí.
España, 2009: los detalles referidos pertenecen a la historia familiar. Sobre Paracuellos existen media docena de libros. La misma Causa General no le dedica más de cuatro páginas (239 a 243 según la edición de 1944). Lo que es más llamativo: el libro de Félix Schlayer Matanzas en el Madrid republicano, publicado originalmente en Berlín en 1938 bajo el título Diplomat im roten Madrid, no fue traducido ni editado en español ni siquiera en la época de Franco, teniendo que esperar hasta el año 2006.
En Google académico se registran sólo 4 referencias de artículos sobre Paracuellos. Polonia, 2009: sobre las fosas de Katyn aparecen, en el mismo lugar, 2490 entradas. Los particulares sobre los oficiales polacos y sus familias han sido tomados de la película Katyn, de Andrzej Wajda, financiada por la televisión polaca y candidata al Oscar a la mejor película extranjera en 2008. Sobre el tema existe, aparte del noticiario alemán de 1943, un documental (Marcel Lozinski: Las katynski, 1990).
En España no existen películas ni documentales sobre Paracuellos. A la hora de escribir estas líneas (marzo de 2009), el film sobre Katyn no ha sido doblado al español ni se ha estrenado en salas comerciales, salvo dos pases: en una muestra de cine experimental (noviembre de 2008), y en una actividad de la Universidad CEU-San Pablo de Madrid (marzo de 2009). Por el contrario, Santiago Carrillo, antiguo Consejero de Orden Público de la Junta de Defensa de Madrid, considerado el último responsable vivo de las matanzas de Paracuellos recibía, en 2007, el doctorado honoris causa por la Universidad Autónoma de Madrid. En unas declaraciones sobre la resolución del juez Garzón de exhumar las fosas de los represaliados por el franquismo (28 de octubre de 2008), confesaba que es "un error llevar la memoria histórica a depender de la resolución de los jueces" porque se corre el riesgo de que el proceso se convierta en "la carabina de Ambrosio y nos acabe saliendo el tiro por la culata". Evidentemente, la historia de Katyn resulta tan parecida a la de Paracuellos que, en la situación política española actual, la exhibición de la película de Wajda despertaría más de un fantasma poco deseado.
La evolución histórica y política ha terminado transformando, gracias a la varita mágica de la “memoria histórica”, una misma historia (en su versión española y polaca) en dos formas diametralmente opuestas de enfrentarse con el pasado. Pero no siempre fue así. Cuando la historia era aún memoria viva, la tragedia de Katyn se vivió en España como algo propio. Así lo atestiguan, al menos, los libros y la prensa. La tragedia se narra en El martirio de Polonia, de Sofía Casanova y Miguel Branicki (Madrid, Atlas, 1945) y en Por nuestra libertad y la vuestra, Polonia sigue luchando, de Jozef Lobodowski (Madrid, Editora Mundial, 1945). En cuanto a las crónicas periodísticas, baste evocar las publicadas en La Vanguardia y otros diarios nacionales el 30 de abril de 1943 por Ernesto Giménez Caballero, quien viajó a Katyn desde Berlín:
“Al encontrarme yo, español, ante esta fosa atroz, inmensa, nauseabunda, horrible, donde en estratos superpuestos se alinea destrozada la falange y flor del Ejército polaco, no puedo por menos de exclamar: ¿Katyn? ¡¡No!! ¡¡El Cuartel de la Montaña!! ¡¡Paracuellos del Jarama!! ¿Polacos? ¡¡Oh, no!! Son los nuestros. Los de la Casa de Campo... Los de la Cárcel Modelo... […] ¡¡Esto es Rusia!! ¡¡Al fin estoy en Rusia!! ¡¡Tantos años pugnando por ver Rusia, la desconocida!! Pero Rusia (Smolensko como Cuatro Caminos, Katyn como Paracuellos) ya la conocía. Y -lo que es peor- estaba -como tantos españoles- a punto de olvidarla”.
Olvidado por el paso del tiempo (no tanto, entonces), por la voluntad de superar el trauma de la guerra, por un proceso espontáneo de reconciliación nacional, o por los motivos que fueran, Paracuellos ni siquiera fue objeto de una investigación exhaustiva en la posguerra. Sólo así se explica que, frente a las cifras definitivas y la identidad concreta de las víctimas de Katyn, establecidas ya por los alemanes y las diferentes comisiones internacionales encargadas de la exhumación, nada se sepa de esos genéricos “varios millares” sin identificar al otro lado de la Terminal 4 de Barajas. En contraste, la bibliografía sobre Katyn comprende incluso las biografías de los asesinados. Cosa posible tanto por la metódica frialdad con que los soviéticos planificaron el crimen, como porque, buscando una rapidez industrial en las ejecuciones, y en la convicción de que jamás serían descubiertas, no se molestaron en despojar a las víctimas de su documentación y otros objetos personales (como cartas y diarios).
Es precisamente sobre la abundante documentación existente y publicada como Andrzej Wajda (hijo de uno de los oficiales asesinados en Katyn) ha realizado su film. El veterano director reconoce no pretender reconstruir “toda la verdad sobre aquel acontecimiento porque ésta ya ha sido descubierta tanto en su aspecto histórico como político”. Al contrario, prefiere centrarse en la historia de las personas concretas, con el fin de conmover al espectador. Las verdaderas protagonistas serían, así, las mujeres (esposas, hermanas, hijas), que esperan más allá de toda esperanza, y que, cuando alcanzan la certeza, bajo la ocupación soviética, ni siquiera pueden expresar su duelo.
A la maestría de Wajda se debe la sobriedad de la narración, la elección de pequeños detalles como los mencionados al principio (tan pequeños que resultan universales, por lo verdaderos). Junto al drama de los militares, presenta el de los profesores de la Universidad de Cracovia, detenidos en masa por los alemanes y deportados a un campo de concentración (otros -no lo cuanta la película- fueron ahorcados con sus propias corbatas). Y el de los supervivientes, obligados a mentir (y a mentirse) hasta la desesperación absoluta e incluso el suicidio. Tal es el caso de uno de los oficiales, que se salva más o menos casualmente de la matanza. Más bien menos, puesto que en 1945 aparece en el bando de los verdugos. ¿Por qué yo no?, será la pregunta sin respuesta. El pistoletazo resuena en medio del film, que fluye entre las historias de las familias antes y después de la matanza, las vicisitudes y vida cotidiana de los oficiales desde su detención (destacan los apuntes de fervor religioso), la actitud de los alemanes y la de los soviéticos. Sólo en los últimos minutos Wajda se dedica a presentar la masacre con una frialdad de forense, reconstruyendo al milímetro el tiro en la nuca y la fosa común, tal como se ve en los retazos del documental rodado por los alemanes y mostrados previamente a lo largo de la película. Frialdad de forense en la narración, frialdad de la matanza industrializada. No se precisan escenas melodramáticas, ni grandes efectos especiales, ni músicas, efectivamente, para impresionar al espectador.
“Dulce et decorum est pro patria mori”, reza la frase final del libro de Lobodowski mencionado al principio. Ante las últimas imágenes de la película, uno puede llegar a preguntarse si es así, si realmente es tan bello morir por la patria. En realidad, el distanciamiento y la frialdad de Wajda van dirigidas más bien al público polaco, imbuido de un patriotismo de origen romántico, que tiene sus raíces en Mickiewicz y su poema Dziady. Así, Polonia, Cristo entre las naciones, sufría una vez más la traición y la muerte, cumpliendo su trágico destino por la salvación de la Humanidad. Las palabras del general Anders ante las tumbas de los soldados polacos en Montecassino, y recogidas por Lobodowski (p. 301), están implícitas en la actitud de los oficiales de Katyn:
“Caídos por ser fieles al honor de su pueblo y por asegurar la libertad al mundo, según reza la leyenda que se ve en muchos de esos cementerios: «Por nuestra libertad y por la vuestra». Pues por salvar a la civilización de sus modernos enemigos, como antiguamente la salvaron de los tártaros y de los turcos, ha sido clavado en la cruz este pueblo mártir”. La adhesión a esta idea del destino trágico de Polonia puede explicar así el aparente fatalismo y la resignación de los militares, que en realidad se comportan como todo polaco debía de hacerlo: como un mártir dispuesto al sacrificio. El heroísmo, para ellos, consiste precisamente en eso. Significativamente, el único personaje que elige otro camino (la guerrilla en los bosques, es decir, el no-sacrificio) acaba muriendo prematuramente de forma absurda, sin cumplir su destino, pero uniéndose al de su pueblo. Al espectador español quizá le resulte clarificador, para entender Katyn, el saber que el cine polaco de los años 50 recoge la tensión entre el individuo y el carácter o destino trágico nacional. En su reciente y excelente libro (El cine de Andrej Munk. El carácter nacional y el individuo, Madrid, Asociación de Amigos del Cine Experimental de Madrid, 2008), César Ballester sitúa las raíces de Wajda precisamente en ese romanticismo (bien comprensible, por lo demás, dada su historia familiar).
Han tenido que pasar muchos años (toda una vida) para que el director pueda llevar a cabo su idea de hacer una película sobre Katyn. No sólo (es obvio) por los obstáculos existentes durante el periodo comunista, sino (creemos) porque es necesario un proceso de maduración personal para superar el arrebato sentimental y evitar la tentación melodramática, tan frecuente hoy en día incluso en quienes no se han visto, como él, tocados directamente por la tragedia.
Cabe preguntarse si el público español, olvidado (a pesar o gracias a las políticas oficiales) de sí mismo, privado de su propio pasado, sabrá ya identificarse con la historia como todavía hace el polaco, y como él mismo habría hecho en 1943. Si lo hace, no todo está perdido. Si no, vanos serían los temores y las censuras (políticas o comerciales) ante una película que, hasta el momento, es la mejor sobre Paracuellos: Katyn.
Cabe preguntarse si el público español, olvidado (a pesar o gracias a las políticas oficiales) de sí mismo, privado de su propio pasado, sabrá ya identificarse con la historia como todavía hace el polaco, y como él mismo habría hecho en 1943. Si lo hace, no todo está perdido. Si no, vanos serían los temores y las censuras (políticas o comerciales) ante una película que, hasta el momento, es la mejor sobre Paracuellos: Katyn.
Milagrosa Romero
Publicado en ARBIL